“Súbitamente, un país cambiaba su
identidad, su idioma y su historia (si es que alguna de estas tres cosas
existe.).” (1) A primera vista, el solo hecho de hablar de “El
Bicentenario”, desmiente o cuestiona las pretensiones de invalidar a la
Historia no sólo como ciencia sino también como posibilidad de organizar, al
menos parcialmente, la vasta experiencia humana. Por otra parte, en el caso que
nos ocupa, y descartadas las mencionadas pretensiones, cabe preguntar qué
sentidos y significaciones encontramos en la recurrente (por estos días)
propuestas de enmarcar en “El Bicentenario” distintas acciones, discursos y
situaciones.
Jerome Bruner señala: “La narrativa es el relato de proyectos humanos
que han fracasado, de expectativas desvanecidas”. Y además: “Los relatos no
sólo son producto del lenguaje, tan notable por su extrema fecundidad, que
permite narrar distintas versiones, sino que al narrarlas muy pronto se torna
fundamental para las interacciones sociales. (…) En este sentido, el relato se
imbrica con la vida de la cultura, e inclusive se vuelve parte integrante de
ella.” (2)
Ahora bien, ¿qué proyectos inconclusos, qué expectativas incumplidas
quedan –deliberadamente o no- veladas
por la celebración entendida como festejo y espectáculo?
En primer lugar, los de los pueblos originarios. No sólo por la cuestión
de las fechas (al tomar 1809 como inicio de la gesta emancipadora, omitimos
acontecimientos como las rebeliones encabezadas por Túpac Amaru y Tomás Katari,
por citar las más conocidas), sino también, y sobre todo, por las renovadas
formas de discriminación y exclusión que persisten. Entre otros autores
chaqueños, López Piacentini ha destacado “El espíritu indigenista de la
Revolución de Mayo”, plasmado en diversos documentos que asombran por su
vigencia y que evidencian que los pueblos indígenas ocupaban un lugar central
en el programa revolucionario. Como ejemplo, valga el siguiente fragmento
rescatado por el entrañable escritor.
“Queda desde este día sancionado el decreto expedido por la Junta Provisional
Gubernativa de estas Provincias en 1° de Septiembre del año pasado de 1811,
relativo a la extinción del tributo y además derogada la mita, las encomiendas,
el yanaconazgo, y el servicio personal de los Indios, baxo todo respeto y sin exceptuar
aun el que prestan a las Iglesias y sus Párrocos, o Ministros; siendo la Voluntad
de esta Soberana Corporación el que del mismo modo se les haga, y tenga a los
mencionados Indios de todas las Provincias unidas por hombres perfectamente
libres, y en igualdad de derechos a todos los demás Ciudadanos que las pueblan,
y el que este Soberano Decreto se imprima y publique en todos los Pueblos de
las mencionadas Provincias traduciéndose al efecto fielmente en los idiomas
Guaraní, Quichua y Aymará para la común
inteligencia.”
¿Dónde quedaron aquellas resoluciones?,
podemos preguntar a los apologistas de Roca y Sarmiento y “La Organización
Nacional”. ¿Es casual que la última dictadura se haya autodenominado “Proceso
de Reorganización Nacional”? ¿Qué o quiénes “desorganizaron” aquella “organización”?
En su Manual de Zonceras Argentinas, Arturo Jauretche se refiere
a la falsificación de la historia operada por la clase dominante , no sólo como
manera de explicar el pasado según su conveniencia, sino también de justificar
la realidad presente y prolongar el orden social basado en la dualidad
dominadores / dominados. Según la Zoncera N° 25 (“Línea Mayo-Caseros”),
la Revolución de Mayo inicia un proceso que culmina con la sanción de la
Constitución de 1853: “… la idea de Nación no se identifica con la Patria como
expresión de un territorio y un pueblo en su devenir histórico, integrando
pasado, presente y futuro. La Patria es un sistema institucional, una forma política,
una idea abstracta, que unas veces toma el nombre de civilización, otras
el de libertad, otras el de democracia.” (3) En la misma dirección, denuncia en otro
texto: “¡En consecuencia, Patria y liberalismo son la misma cosa! (…) Por eso
la traición a la Patria no consiste en aliarse al extranjero contra el país,
sino en tratar de modificar lo institucional. Como lógica consecuencia, servir
una política extranjera para mantener lo institucional es lo que corresponde y
allí no hay traición”. (4)
La última de estas postales, reúne en
un “collage” (o en un cambalache) imágenes del primer centenario y del actual.
El notorio contraste entre el clima de fiesta del país “oficial” y el
descontento social, expresado en durísimas y heroicas luchas obreras y
populares, en aquél cuyos festejos presidió Figueroa Alcorta, resurge en éste
cuyo protagonismo se discute entre actores que disputan sobre la mejor manera
de “servir una política extranjera”, léase el pago de la deuda externa,
heredada de una dictadura a la que todos dicen repudiar.
Nos preguntábamos quién o qué
desorganizó la organización nacional que
la dictadura se propuso restaurar. Los referentes de la autodenominada
oposición (PRO, UCR, Coalición Cívica)
coinciden en que la irrupción del peronismo en la escena política trastrocó ese
orden deseable. Para estos sectores, evidentemente, el peronismo sigue siendo “el hecho maldito
del país burgués”, como lo caracterizara John William Cook. Pese a su proclamada
fe democrática, siguen reivindicando en
su intimidad el golpe de estado contra Perón, así como lamentan el fracaso del
golpe contra Chávez en 2002 y aprueban con su silencio el golpe contra Zelaya
en Honduras. Y es lógico: “tratar de modificar lo institucional”, en América
Latina es el peor de los pecados, más grave aún que la dependencia con su carga
de exclusión y de miseria.
Curiosa (por no decir esquizofrénica)
es la actitud del llamado “peronismo disidente” en su anti-kirchnerismo, que lo
lleva a coincidencias políticas y estratégicas con el “anti-peronismo”.
El peronismo gobernante es un espacio
de difícil o imposible caracterización (convengamos en que esa dificultad cabe
para el peronismo en general, en estos días). Al menos en el discurso, hay una
mirada crítica hacia esa “Organización Nacional” y hacia el liberalismo
conservador de la oligarquía que la llevó a cabo. Se reivindica al Yrigoyenismo
y al Peronismo como movimientos de masas que impulsaron las libertades
democráticas y la justicia social que la oligarquía se encargaba de conculcar.
Curiosamente (o no), el “Transversalismo” pregonado por el primer
kirchnerismo se emparenta con el “Tercer
Movimiento Histórico” propuesto por
Alfonsín en sus primeros discursos- Ambos recibieron críticas, desde la
derecha, por sus políticas de Derechos Humanos, que respondían (por cierto,
supuestamente) a sus orientaciones y pasados “subversivos”. Ambos gobernaron
luego de dictaduras: la cívico-militar de Videla y Martínez de Hoz y la
dictadura del “mercado” de Menem, De la Rúa y Cavallo. Ambos se han presentado
como víctimas de una conspiración de la derecha a la cual la izquierda, aún
bien intencionada, es “funcional”. En esta victimización (a la cual contribuye,
sin duda, el inocultable gorilismo (5) y conservadurismo no sólo de los partidos
opositores sino también el de corporaciones como la ruralista, la empresarial,
la financiera y la eclesial), el kirchnerismo y sus voceros pretenden hallar un
paralelismo con los continuos ataques al primer peronismo por parte de los
grupos desplazados del poder. No nos engañemos. No existe semejanza ni paralelismo
entre una situación y otra. El primer peronismo se apoyó en un Estado de
Bienestar y en sus políticas que permitieron que la participación de los
trabajadores en la riqueza nacional ascendiera casi al 50%, cifra nunca
igualada. Su legitimidad se sustentaba en la adhesión popular, aunque los
principales medios periodísticos y las mismas corporaciones estuvieran en su
contra. El kirchnerismo ha buscado en la pelea mediática, en los acuerdos de cúpulas,
en las alianzas con opositores de dudosa conducta (Cobos es apenas el ejemplo
más claro) y en discursos efectistas, reemplazar esa adhesión popular que sólo
se consigue con la movilización, la militancia honesta y las políticas
realmente populares. Tareas estas imprescindibles para salvar y superar, en
beneficio del pueblo y de los trabajadores, esta sórdida disyuntiva entre
grupos patronales.
Es necesario y es posible. Para que
otro centenario no pase en vano.
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NOTAS
(1) Spregelburd, Rafael. Raspando la
cruz. Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2006.
(2) Bruner, Jerome. La fábrica de contar
historias. Derecho, literatura, vida. Buenos Aires, FCE, 2003.
(3) Jauretche, Arturo. Manual de
Zonceras Argentinas. Buenos Aires, Peña Lillo editor, 1984.
(5) Históricamente, el término “gorila” ha
designado al anti-peronismo. Menem, sin embargo, al concretar las políticas que
los más retrógrados gorilas no habían podido realizar ni con gobiernos civiles
ni con gobiernos militares, hace necesario discutir el alcance de ese término.
Los gorilas se identifican con el liberalismo y se diferencian del fascismo, al
que vinculan con determinados militares golpistas. Sin embargo, ante diversas
situaciones, como la protesta social, sus soluciones no se diferencian mucho de
las militares: más represión, más limitaciones a los derechos y libertades. En
lo social y económico también se igualan: darwinismo social, adhesión al
neoliberalismo, alineamiento con EEUU, entre otras perlas. Por eso, los gorilas
no son patrimonio de tal o cual partido. Pueden estar en el PJ o la UCR, con
Carrió, Macri o De Narváez, y expresarse por los más diversos medios de difusión.
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