miércoles, 26 de septiembre de 2012

Postales del Bicentenario / Luis Argañarás


“Súbitamente, un país cambiaba su identidad, su idioma y su historia (si es que alguna de estas tres cosas existe.).” (1) A primera vista, el solo hecho de hablar de “El Bicentenario”,  desmiente o  cuestiona las pretensiones de invalidar a la Historia no sólo como ciencia sino también como posibilidad de organizar, al menos parcialmente, la vasta experiencia humana. Por otra parte, en el caso que nos ocupa, y descartadas las mencionadas pretensiones, cabe preguntar qué sentidos y significaciones encontramos en la recurrente (por estos días) propuestas de enmarcar en “El Bicentenario” distintas acciones, discursos y situaciones.


Jerome Bruner señala: “La narrativa es el relato de proyectos humanos que han fracasado, de expectativas desvanecidas”. Y además: “Los relatos no sólo son producto del lenguaje, tan notable por su extrema fecundidad, que permite narrar distintas versiones, sino que al narrarlas muy pronto se torna fundamental para las interacciones sociales. (…) En este sentido, el relato se imbrica con la vida de la cultura, e inclusive se vuelve parte integrante de ella.” (2)

Ahora bien, ¿qué proyectos inconclusos, qué expectativas incumplidas quedan –deliberadamente o no-  veladas por la celebración entendida como festejo y espectáculo?

En primer lugar, los de los pueblos originarios. No sólo por la cuestión de las fechas (al tomar 1809 como inicio de la gesta emancipadora, omitimos acontecimientos como las rebeliones encabezadas por Túpac Amaru y Tomás Katari, por citar las más conocidas), sino también, y sobre todo, por las renovadas formas de discriminación y exclusión que persisten. Entre otros autores chaqueños, López Piacentini ha destacado “El espíritu indigenista de la Revolución de Mayo”, plasmado en diversos documentos que asombran por su vigencia y que evidencian que los pueblos indígenas ocupaban un lugar central en el programa revolucionario. Como ejemplo, valga el siguiente fragmento rescatado por el  entrañable escritor. “Queda desde este día sancionado el decreto expedido por la Junta Provisional Gubernativa de estas Provincias en 1° de Septiembre del año pasado de 1811, relativo a la extinción del tributo y además derogada la mita, las encomiendas, el yanaconazgo, y el servicio personal de los Indios, baxo todo respeto y sin exceptuar aun el que prestan a las Iglesias y sus Párrocos, o Ministros; siendo la Voluntad de esta Soberana Corporación el que del mismo modo se les haga, y tenga a los mencionados Indios de todas las Provincias unidas por hombres perfectamente libres, y en igualdad de derechos a todos los demás Ciudadanos que las pueblan, y el que este Soberano Decreto se imprima y publique en todos los Pueblos de las mencionadas Provincias traduciéndose al efecto fielmente en los idiomas Guaraní, Quichua y Aymará  para la común inteligencia.”
 
¿Dónde quedaron aquellas resoluciones?, podemos preguntar a los apologistas de Roca y Sarmiento y “La Organización Nacional”. ¿Es casual que la última dictadura se haya autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”? ¿Qué o quiénes “desorganizaron”  aquella “organización”?

En su Manual de Zonceras Argentinas, Arturo Jauretche se refiere a la falsificación de la historia operada por la clase dominante , no sólo como manera de explicar el pasado según su conveniencia, sino también de justificar la realidad presente y prolongar el orden social basado en la dualidad dominadores / dominados. Según la Zoncera N° 25 (“Línea Mayo-Caseros”), la Revolución de Mayo inicia un proceso que culmina con la sanción de la Constitución de 1853: “… la idea de Nación no se identifica con la Patria como expresión de un territorio y un pueblo en su devenir histórico, integrando pasado, presente y futuro. La Patria es un sistema institucional, una forma política, una idea abstracta, que unas veces toma el nombre de civilización, otras el de libertad, otras el de democracia.”  (3) En la misma dirección, denuncia en otro texto: “¡En consecuencia, Patria y liberalismo son la misma cosa! (…) Por eso la traición a la Patria no consiste en aliarse al extranjero contra el país, sino en tratar de modificar lo institucional. Como lógica consecuencia, servir una política extranjera para mantener lo institucional es lo que corresponde y allí no hay traición”. (4)    
 
La última de estas postales, reúne en un “collage” (o en un cambalache) imágenes del primer centenario y del actual. El notorio contraste entre el clima de fiesta del país “oficial” y el descontento social, expresado en durísimas y heroicas luchas obreras y populares, en aquél cuyos festejos presidió Figueroa Alcorta, resurge en éste cuyo protagonismo se discute entre actores que disputan sobre la mejor manera de “servir una política extranjera”, léase el pago de la deuda externa, heredada de una dictadura a la que todos dicen repudiar.

Nos preguntábamos quién o qué desorganizó  la organización nacional que la dictadura se propuso restaurar. Los referentes de la autodenominada oposición (PRO, UCR,  Coalición Cívica) coinciden en que la irrupción del peronismo en la escena política trastrocó ese orden deseable. Para estos sectores, evidentemente,  el peronismo sigue siendo “el hecho maldito del país burgués”, como lo caracterizara John William Cook. Pese a su proclamada fe democrática, siguen reivindicando  en su intimidad el golpe de estado contra Perón, así como lamentan el fracaso del golpe contra Chávez en 2002 y aprueban con su silencio el golpe contra Zelaya en Honduras. Y es lógico: “tratar de modificar lo institucional”, en América Latina es el peor de los pecados, más grave aún que la dependencia con su carga de exclusión y de miseria.

Curiosa (por no decir esquizofrénica) es la actitud del llamado “peronismo disidente” en su anti-kirchnerismo, que lo lleva a coincidencias políticas y estratégicas con el “anti-peronismo”.

El peronismo gobernante es un espacio de difícil o imposible caracterización (convengamos en que esa dificultad cabe para el peronismo en general, en estos días). Al menos en el discurso, hay una mirada crítica hacia esa “Organización Nacional” y hacia el liberalismo conservador de la oligarquía que la llevó a cabo. Se reivindica al Yrigoyenismo y al Peronismo como movimientos de masas que impulsaron las libertades democráticas y la justicia social que la oligarquía se encargaba de conculcar. Curiosamente (o no), el “Transversalismo” pregonado por el primer kirchnerismo  se emparenta con el “Tercer Movimiento Histórico”  propuesto por Alfonsín en sus primeros discursos- Ambos recibieron críticas, desde la derecha, por sus políticas de Derechos Humanos, que respondían (por cierto, supuestamente) a sus orientaciones y pasados “subversivos”. Ambos gobernaron luego de dictaduras: la cívico-militar de Videla y Martínez de Hoz y la dictadura del “mercado” de Menem, De la Rúa y Cavallo. Ambos se han presentado como víctimas de una conspiración de la derecha a la cual la izquierda, aún bien intencionada, es “funcional”. En esta victimización (a la cual contribuye, sin duda, el inocultable gorilismo (5) y conservadurismo no sólo de los partidos opositores sino también el de corporaciones como la ruralista, la empresarial, la financiera y la eclesial), el kirchnerismo y sus voceros pretenden hallar un paralelismo con los continuos ataques al primer peronismo por parte de los grupos desplazados del poder. No nos engañemos. No existe semejanza ni paralelismo entre una situación y otra. El primer peronismo se apoyó en un Estado de Bienestar y en sus políticas que permitieron que la participación de los trabajadores en la riqueza nacional ascendiera casi al 50%, cifra nunca igualada. Su legitimidad se sustentaba en la adhesión popular, aunque los principales medios periodísticos y las mismas corporaciones estuvieran en su contra. El kirchnerismo ha buscado en la pelea mediática, en los acuerdos de cúpulas, en las alianzas con opositores de dudosa conducta (Cobos es apenas el ejemplo más claro) y en discursos efectistas, reemplazar esa adhesión popular que sólo se consigue con la movilización, la militancia honesta y las políticas realmente populares. Tareas estas imprescindibles para salvar y superar, en beneficio del pueblo y de los trabajadores, esta sórdida disyuntiva entre grupos patronales.

Es necesario y es posible. Para que otro centenario no pase en vano.





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NOTAS       
(1) Spregelburd, Rafael. Raspando la cruz. Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2006.
(2) Bruner, Jerome. La fábrica de contar historias. Derecho, literatura, vida. Buenos Aires, FCE, 2003.
(3) Jauretche, Arturo. Manual de Zonceras Argentinas. Buenos Aires, Peña Lillo editor, 1984.
(4) Jauretche, Arturo. “Don Juan Manuel y el Revisionismo ‘tímido’”, en: Con Rosas o contra Rosas. Buenos Aires, Editorial Freeland, 1974.
(5) Históricamente, el término “gorila” ha designado al anti-peronismo. Menem, sin embargo, al concretar las políticas que los más retrógrados gorilas no habían podido realizar ni con gobiernos civiles ni con gobiernos militares, hace necesario discutir el alcance de ese término. Los gorilas se identifican con el liberalismo y se diferencian del fascismo, al que vinculan con determinados militares golpistas. Sin embargo, ante diversas situaciones, como la protesta social, sus soluciones no se diferencian mucho de las militares: más represión, más limitaciones a los derechos y libertades. En lo social y económico también se igualan: darwinismo social, adhesión al neoliberalismo, alineamiento con EEUU, entre otras perlas. Por eso, los gorilas no son patrimonio de tal o cual partido. Pueden estar en el PJ o la UCR, con Carrió, Macri o De Narváez, y expresarse por los más diversos medios de difusión.

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