martes, 25 de septiembre de 2012

Elementos aportados por la cultura y la construcción de la identidad. Javier Lencinas

Aportes al debate de lo que somos

La filosofía desde sus inicios resaltó la importancia de la contemplación, la teoría y las virtudes especulativas como caracteres fundamentales de la cultura occidental, vehículos que conducían a la realización del ser humano y la consecución de una vida buena. Se consideraba que la verdadera cultura era la creada y desarrollada por el pueblo griego de modo que los otros pueblos eran bárbaros, por lo que diversos aspectos de otras culturas fueron menospreciados, quedando relegado a un plano de inferioridad y careció de entidad propia en los planteos filosóficos de la antigüedad.


Esta orientación se mantuvo hasta la modernidad, período en que los cambios geográficos, sociales, políticos, etc. produjeron el ingreso de temas vinculados con ámbitos que hasta el momento no fueron tratados por el pensamiento filosófico. Aunque es necesario aclarar que esta irrupción consistió en la evaluación y reflexión sobre las posibilidades que habría culturas desconocidas para el hombre europeo, sin llegar a considerar éstas “otras” culturas en un plano de igualdad, de la cual poder nutrirse o generar una relación recíproca.

La filosofía contemporánea presentó cambios, abandonando las categorías de análisis que sólo consideraba el pensamiento europeo, permitiendo una ampliación en el campo del pensamiento filosófico. La cultura y modo de pensamiento occidental europeo comenzó lentamente a ser comprendida de un modo diferente, perdiendo su universalidad y necesariedad. Esto permitió reconocer que el pensamiento gestado en las pequeñas colonias griegas del Asia Menor hace 2.600 años, con su sistematicidad y su coherencia lógica, podría no ser el único modo de entender la realidad desde la perspectiva del pensamiento filosófico. 

Al reconocer que el pensamiento es también un producto de la construcción cultural, las teorías filosóficas universales comienzan a perder consistencia y es así como la filosofía comienza a reconocer e incluir lo otro o lo diferente. Lo diferente es un concepto que permite abarcar los componentes individuales, sociales, culturales que delimitan y reestructuran el concepto de pensamiento en la contemporaneidad.

La otredad significa el modo en que la racionalidad occidental fue interpretando lo que no se presenta con sus mismas características, a través de formas culturales muy disímiles. Es decir, estrategias conceptuales por medio de las cuales la racionalidad occidental fue otorgando significado a todo lo diferente a ella.

Aportes de la cultura

Toda sociedad históricamente formada y delimitada se asume a sí misma como heredera de un patrimonio cultural enriquecido y transformado por sus generaciones precedentes. Este patrimonio está integrado por elementos culturales diversos: bienes materiales -entre los que se destaca de manera particular un territorio preciso-, conocimientos, formas de organización social, códigos de comunicación y expresión, una subjetividad a partir de la cual es posible la convivencia. Todo este repertorio de rasgos culturales que se consideran propios está articulado y tiene sentido para el grupo social porque se organiza en base a lo que podríamos llamar matriz cultural, es decir: un esquema básico que ordena la percepción y la relación con el mundo. Con ese patrimonio cultural el grupo hace frente a sus problemas, los comprende e intenta resolverlos, define sus aspiraciones, formula sus proyectos y procura realizados.

En su origen, la palabra cultura está relacionada con el cultivo de la tierra con todas sus implicancias. También el término está ligado a la acción de habitar dentro de un mundo creado socialmente. Es un hecho social total que transcurre en la vida cotidiana y que incluye la participación social. Con el tiempo este significado "terrenal" y ligado al mundo doméstico, al pago, a la querencia, a un espacio cultural concreto, se fue desplazando a otro tipo de cultivos: el de la conciencia racional en sus variantes filosófica, científica y tecnológica y, también, a otras concreciones del mundo del espíritu. Esta visión, sin duda restringida, comienza a instituirse de a poco a partir del Renacimiento y, al afirmarse, se torna excluyente porque termina jerarquizando un determinado tipo de cultivos en detrimento y exclusión de muchos otros, los relacionados con los saberes, prácticas y modos de ser de las clases subalternas (Cfr. Santillán Güemes, El campo de la cultura. En: Olmos, H y SantillanGüemes, R. (2000) Educar en cultura.).

Con la idea de que la humanidad pasó por tres etapas que se suceden unilinealmente: salvajismo, barbarie y civilización. En ese momento van a quedar íntimamente relacionados los términos cultura y civilización apareciendo, muchas veces como sinónimos. El conflicto está en que Europa, desde una posición de poder, se autoconsiderará como la máxima expresión de la civilización y se autoasignará la misión de “civilizar” el planeta, colonialismo mediante. (Santillan Güemes, 2003. Op. cit.).

Desde la llegada de los españoles y portugueses a nuestro continente, la población indígena fue inhumanamente reducida a fuerza de pólvora o a través del trabajo esclavista. Los indios que resistían eran exterminados o se adaptaron a la aculturación, la transculturación y a la evangelización, la cual no sólo terminaba con su cultura sino también con su imaginario colectivo (Cfr. Díaz Gajardo, V. Identidad latinoamericana: un desafío pendiente).

En las últimas décadas el espacio cultural contemporáneo se ha tornado más heterogéneo, complejo y cambiante. En él se mezclan y confrontan fuerzas culturales globalizadoras que tienden a fijar sus reglas de juego y sus propios proyectos a partir de planteos absolutizadores, y fuerzas culturales locales y regionales que tienden a mantener sus autonomías a partir de distintos tipos de respuestas. Interaccionan, actores sociales que “encarnan” tiempos y ritmos culturales diversos (Cfr. Andolina, R., Radcliffe, S., Laurie, N., Gobernabilidad e Identidad: indigeneidades trasnacionales en Bolivia. En: Pueblos Indígenas, Estado y Democracia. Dávalos, P (comp.) 136). Siguiendo a Santillán Güemes, se puede decir que las formas de vida de distinto origen histórico y significación que expresan múltiples maneras de resolver física, emocional y mentalmente las relaciones con la naturaleza, con el medio social y con lo que consideran sagrado. Disímiles formas de percibir, sentir, valorar, pensar, decir, construir, significar, controlar y reproducir lo real.

Lo que se evidencia en los mencionados choques es que se dan en un espacio lleno de tiempos culturales en tensión, provocando el incremento de los grados de violencia, exclusión, injusticia, discriminación.

Lo que queremos significar es que los humanos, animales simbólicos al fin, a esta altura de la "evolución" no operamos en forma directa sobre la realidad sino a través de modelos ("mapas mentales", herramientas simbólicas varias, relatos fundacionales, paradigmas, ideologías, representaciones teóricas, esquemas, etc.) que orientan nuestra percepción, influyen en nuestras conductas y establecen las claves argumentales de las formas de pensar y actuar en el mundo. Uno de los problemas es que estos modelos, que son construcciones históricas y sociales, se imponen e incorporan de manera que terminan siendo vividos y pensados como naturales y eternos. (Santillán Güemes, 2003. Op. cit.).

Esto significa que se sigue gestionando en determinado campo, pero teniendo como soportes ciertos modelos que se construyeron teniendo como referencia otra circunstancia histórica, sociales, políticas, económicas, etc.

En la vida cotidiana es donde se satisfacen las necesidades básicas y se construye lo subjetivo y lo intersubjetivo, público y común. Es el principio y el fin de toda acción cultural (Cfr. Santillán Güemes. Op. cit.).

Esa otra cara de América lleva el nombre de “cultura popular” y en ese concepto quedan subsumidas realidades muy diversas que van desde las culturas indígenas, pasando por las culturas campesinas y los amplios sectores marginales que vienen desarrollando un papel protagónico en la constitución de tal identidad. (Montes Miranda, J. El problema de América Latina: Un Diálogo Intercultural Pendiente)

No entramos en una definición académica exhaustiva: simplemente decidimos que culturas populares eran y son las que pertenecen a los sectores subalternos dentro de la sociedad, y que son subalternos todos los sectores que no tenían una participación correspondiente a su magnitud y su importancia en las decisiones que influyen en el país. Porque en sociedades que provienen de estructuras coloniales, y que no han superado de hecho muchos aspectos de ellas, los sectores colonizados han aprendido a negar su propia capacidad, a no verla, a minimizarla o a verla peyorativamente.

Se trata entonces del rescate de nuestras costumbres populares que en definitiva caracterizan lo local de cada región; más que la popularización de la cultura, estamos hablando de elementos que han ido desapareciendo en nuestro bagaje cotidiano y que han sido reemplazados por los elementos ajenos a nuestra basta cultura que nos brindan los pueblos originarios.

Hacia la Construcción de la Identidad

Por aquello que uno es hijo de su tiempo, estamos en un tiempo en que los cenáculos intelectuales y los organismos internacionales, están sensibilizados por la cuestión de los pueblos indígenas. (Cfr. Aguirre, A. Argentina Grasita, Morena y Latinoamericana)

La historia argentina generó distorsiones en lo que hace a la influencia indígena en la conformación de la Argentina.

Por un lado los casi tres siglos que transcurrieron desde la llegada de los españoles…, y el traumático proceso de mestizaje cultural y biológico, hicieron que al período que medió entre Mayo y Caseros, no se hiciera explícito que el criollo, tenía un componente aborigen. De algún modo o ello se daba por supuesto o más bien, se ocultaba en forma vergonzante. De todos modos en ese periodo había una referencia constante a los "indios" y abundan testimonios de ello, incluso en la intención de algunos de los hombres de la Emancipación de coronar a un príncipe inca. Mas la emancipación y… el plan para combatir a la "barbarie", se hizo con ideas del Occidente europeo y norteamericano y con inmigrantes de ese occidente europeo. (Aguirre, A. Op. Cit.)

La dirigencia argentina de la época, puso en marcha un andamiaje institucional, (tal vez su ingrediente más contundente fue el sistema educativo) y el propósito de esa conjunción era hacer "Una Europa en América".

El vaso comunicante entre esa Argentina europeizante y la Argentina criolla, fueron sin duda los maestros y los profesores, entusiastas adoctrinadores del credo del progreso occidental; cruzados en la lucha contra la barbarie. La Organización Nacional, se hicieron bajo la impronta de la cultura occidental (Cfr. Aguirre, A. Op. Cit.).

Hay un prejuicio demasiado extendido entre quienes pertenecen a la Argentina, en confundir con falta de instrucción, a la cultura distinta que porta la Argentina. La mayoría de las instituciones formales de la Argentina, y particularmente la universidad, es un ámbito, donde las pautas culturales de la Argentina europeizada, son hegemónicos.

Conceptualmente, la identidad es el núcleo de cada cultura. Es el modo de ser particular, la propia y singular modulación de las variantes de cada cultura en el eje del tiempo y en la dimensión del espacio (Díaz Gajardo, V. 14/9/2006), que se construyen en los procesos identitarios.

La llegada de las emancipaciones latinoamericanas no provocó grandes cambios en este panorama; es más, la conformación de un mestizaje latino híbrido donde la preponderancia apunta a la no-pureza de nuestro criollaje. Las esferas de poder se trasladaron hacia los terratenientes, los cuales reprodujeron el discurso político y económico colonial atentando contra el criollaje y las etnias, para justificar el poder y el sometimiento a una hegemonía cultural en toda Latinoamérica. (Díaz Gajardo, V. 14/9/2006)

Lo que significa que ciertos sectores de la nueva o vieja clase que maneja el poder sienten que los sectores populares, que piden a gritos el florecimiento de la identidad latinoamericana, desean el poder que ellos ostentan actualmente y que, como un fantasma, la liberación de los mecanismos de opresión existentes, romperían el marco actual. (Cfr. Díaz Gajardo, V. 14/9/2006)

Para esta Nueva Historia es tanto más importante el papel que juegan en la historia la gente común y los movimientos sociales de base que han encarado los trabajadores, las mujeres, y más ampliamente, los movimientos populares; esto es, una historia desde abajo. De este modo en la medida que la historia amplió su campo de interés, debió también ampliar el campo de sus fuentes, valorando, por ejemplo, el testimonio y la historia oral. (Díaz Gajardo, V. Op. Cit.)

Para ello, nuestra invitación está apuntada hacia la utilización de la memoria y sus fuentes alternativas –relatos orales, entrevistas, foros comunitarios (individuales y grupales), talleres de charlas, encuentros, programas radiales, etc.- como mecanismos de construcción de conocimiento histórico y de construcción de identidad, donde los participantes experimentarán el formar parte de una historia (Cfr. Díaz Gajardo, V. Op. Cit.).

Pero la impronta la dieron las etnias precolombinas que mediante el silencio, la negación y la fagocitación vienen resistiendo seminalmente los sucesivos y contradictorios intentos de occidentalización, desde el mismo momento que los colonizadores y evangelizadores españoles establecieron su cabecera de playa (Cfr. Pestanha, J. Las creencias populares y nuestro mito fundacional).

Este llamado a volver sobre el “problema” de América está dirigido fundamentalmente a abrir la conciencia en aras de abarcar “todo” lo que América Latina “es” y no solo la parte consciente, ilustrada y socialmente legitimada que “quiere ser” o que “quiere pasar por ser” la totalidad de América, lo cual constituye siempre una forma de autoengaño.

Entre ellos, el más relevante y, a la vez, el más nocivo, es aquel que se empeña por negar esa otra cara de América que todavía permanece en penumbras, reduciéndola a la mera condición de barbarie. Centran en ellos su atención prioritaria y descubren allí una América autóctona, propia y llena de vitalidad.

Vemos al pensamiento indígena para rescatar un estilo de pensar que se da en el fondo de América, para que América pueda conocerse a sí misma y reconciliarse. América no está sólo constituida por el pensamiento dominante y exclusivista de la gran ciudad. Junto a la huella occidental que deja la racionalidad de la periferia geográfica, se encuentra una América profunda cuyos sentidos son distintos y cuya racionalidad también es distinta. Y lo que es triste, de esa racionalidad y de ese estilo de vida sabemos poco aun (Cfr. Montes Miranda, J.:91. Op. Cit.).

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