Aportes al debate de lo que somos
La filosofía desde sus inicios resaltó la importancia de la
contemplación, la teoría y las virtudes especulativas como caracteres
fundamentales de la cultura occidental, vehículos que conducían a la
realización del ser humano y la consecución de una vida buena. Se consideraba
que la verdadera cultura era la creada y desarrollada por el pueblo griego de
modo que los otros pueblos eran bárbaros, por lo que diversos aspectos de otras
culturas fueron menospreciados, quedando relegado a un plano de inferioridad y
careció de entidad propia en los planteos filosóficos de la antigüedad.
Esta orientación se mantuvo hasta la modernidad, período en
que los cambios geográficos, sociales, políticos, etc. produjeron el ingreso de
temas vinculados con ámbitos que hasta el momento no fueron tratados por el
pensamiento filosófico. Aunque es necesario aclarar que esta irrupción
consistió en la evaluación y reflexión sobre las posibilidades que habría
culturas desconocidas para el hombre europeo, sin llegar a considerar éstas
“otras” culturas en un plano de igualdad, de la cual poder nutrirse o generar
una relación recíproca.
La filosofía contemporánea presentó cambios, abandonando las
categorías de análisis que sólo consideraba el pensamiento europeo, permitiendo
una ampliación en el campo del pensamiento filosófico. La cultura y modo de
pensamiento occidental europeo comenzó lentamente a ser comprendida de un modo
diferente, perdiendo su universalidad y necesariedad. Esto permitió reconocer
que el pensamiento gestado en las pequeñas colonias griegas del Asia Menor hace
2.600 años, con su sistematicidad y su coherencia lógica, podría no ser el
único modo de entender la realidad desde la perspectiva del pensamiento
filosófico.
Al reconocer que el pensamiento es también un producto de la
construcción cultural, las teorías filosóficas universales comienzan a perder
consistencia y es así como la filosofía comienza a reconocer e incluir lo otro
o lo diferente. Lo diferente es un concepto que permite abarcar los componentes
individuales, sociales, culturales que delimitan y reestructuran el concepto de
pensamiento en la contemporaneidad.
La otredad significa el modo en que la racionalidad
occidental fue interpretando lo que no se presenta con sus mismas
características, a través de formas culturales muy disímiles. Es decir,
estrategias conceptuales por medio de las cuales la racionalidad occidental fue
otorgando significado a todo lo diferente a ella.
Aportes de la cultura
Toda sociedad históricamente formada y delimitada se asume a
sí misma como heredera de un patrimonio cultural enriquecido y transformado por
sus generaciones precedentes. Este patrimonio está integrado por elementos
culturales diversos: bienes materiales -entre los que se destaca de manera
particular un territorio preciso-, conocimientos, formas de organización
social, códigos de comunicación y expresión, una subjetividad a partir de la
cual es posible la convivencia. Todo este repertorio de rasgos culturales que
se consideran propios está articulado y tiene sentido para el grupo social
porque se organiza en base a lo que podríamos llamar matriz cultural, es decir:
un esquema básico que ordena la percepción y la relación con el mundo. Con ese
patrimonio cultural el grupo hace frente a sus problemas, los comprende e
intenta resolverlos, define sus aspiraciones, formula sus proyectos y procura
realizados.
En su origen, la palabra cultura está relacionada con el
cultivo de la tierra con todas sus implicancias. También el término está ligado
a la acción de habitar dentro de un mundo creado socialmente. Es un hecho
social total que transcurre en la vida cotidiana y que incluye la participación
social. Con el tiempo este significado "terrenal" y ligado al mundo
doméstico, al pago, a la querencia, a un espacio cultural concreto, se fue
desplazando a otro tipo de cultivos: el de la conciencia racional en sus
variantes filosófica, científica y tecnológica y, también, a otras concreciones
del mundo del espíritu. Esta visión, sin duda restringida, comienza a
instituirse de a poco a partir del Renacimiento y, al afirmarse, se torna
excluyente porque termina jerarquizando un determinado tipo de cultivos en
detrimento y exclusión de muchos otros, los relacionados con los saberes,
prácticas y modos de ser de las clases subalternas (Cfr. Santillán Güemes, El
campo de la cultura. En: Olmos, H y SantillanGüemes, R. (2000) Educar en
cultura.).
Con la idea de que la humanidad pasó por tres etapas que se
suceden unilinealmente: salvajismo, barbarie y civilización. En ese momento van
a quedar íntimamente relacionados los términos cultura y civilización
apareciendo, muchas veces como sinónimos. El conflicto está en que Europa,
desde una posición de poder, se autoconsiderará como la máxima expresión de la
civilización y se autoasignará la misión de “civilizar” el planeta,
colonialismo mediante. (Santillan Güemes, 2003. Op. cit.).
Desde la llegada de los españoles y portugueses a nuestro
continente, la población indígena fue inhumanamente reducida a fuerza de
pólvora o a través del trabajo esclavista. Los indios que resistían eran
exterminados o se adaptaron a la aculturación, la transculturación y a la
evangelización, la cual no sólo terminaba con su cultura sino también con su
imaginario colectivo (Cfr. Díaz Gajardo, V. Identidad latinoamericana: un
desafío pendiente).
En las últimas décadas el espacio cultural contemporáneo se
ha tornado más heterogéneo, complejo y cambiante. En él se mezclan y confrontan
fuerzas culturales globalizadoras que tienden a fijar sus reglas de juego y sus
propios proyectos a partir de planteos absolutizadores, y fuerzas culturales
locales y regionales que tienden a mantener sus autonomías a partir de
distintos tipos de respuestas. Interaccionan, actores sociales que “encarnan”
tiempos y ritmos culturales diversos (Cfr. Andolina, R., Radcliffe, S., Laurie,
N., Gobernabilidad e Identidad: indigeneidades trasnacionales en Bolivia. En:
Pueblos Indígenas, Estado y Democracia. Dávalos, P (comp.) 136). Siguiendo a
Santillán Güemes, se puede decir que las formas de vida de distinto origen
histórico y significación que expresan múltiples maneras de resolver física,
emocional y mentalmente las relaciones con la naturaleza, con el medio social y
con lo que consideran sagrado. Disímiles formas de percibir, sentir, valorar,
pensar, decir, construir, significar, controlar y reproducir lo real.
Lo que se evidencia en los mencionados choques es que se dan
en un espacio lleno de tiempos culturales en tensión, provocando el incremento
de los grados de violencia, exclusión, injusticia, discriminación.
Lo que queremos significar es que los humanos, animales
simbólicos al fin, a esta altura de la "evolución" no operamos en
forma directa sobre la realidad sino a través de modelos ("mapas
mentales", herramientas simbólicas varias, relatos fundacionales,
paradigmas, ideologías, representaciones teóricas, esquemas, etc.) que orientan
nuestra percepción, influyen en nuestras conductas y establecen las claves
argumentales de las formas de pensar y actuar en el mundo. Uno de los problemas
es que estos modelos, que son construcciones históricas y sociales, se imponen
e incorporan de manera que terminan siendo vividos y pensados como naturales y
eternos. (Santillán Güemes, 2003. Op. cit.).
Esto significa que se sigue gestionando en determinado
campo, pero teniendo como soportes ciertos modelos que se construyeron teniendo
como referencia otra circunstancia histórica, sociales, políticas, económicas,
etc.
En la vida cotidiana es donde se satisfacen las necesidades
básicas y se construye lo subjetivo y lo intersubjetivo, público y común. Es el
principio y el fin de toda acción cultural (Cfr. Santillán Güemes. Op. cit.).
Esa otra cara de América lleva el nombre de “cultura
popular” y en ese concepto quedan subsumidas realidades muy diversas que van
desde las culturas indígenas, pasando por las culturas campesinas y los amplios
sectores marginales que vienen desarrollando un papel protagónico en la
constitución de tal identidad. (Montes Miranda, J. El problema de América
Latina: Un Diálogo Intercultural Pendiente)
No entramos en una definición académica exhaustiva:
simplemente decidimos que culturas populares eran y son las que pertenecen a
los sectores subalternos dentro de la sociedad, y que son subalternos todos los
sectores que no tenían una participación correspondiente a su magnitud y su
importancia en las decisiones que influyen en el país. Porque en sociedades que
provienen de estructuras coloniales, y que no han superado de hecho muchos
aspectos de ellas, los sectores colonizados han aprendido a negar su propia
capacidad, a no verla, a minimizarla o a verla peyorativamente.
Se trata entonces del rescate de nuestras costumbres
populares que en definitiva caracterizan lo local de cada región; más que la
popularización de la cultura, estamos hablando de elementos que han ido
desapareciendo en nuestro bagaje cotidiano y que han sido reemplazados por los
elementos ajenos a nuestra basta cultura que nos brindan los pueblos
originarios.
Hacia la Construcción de la Identidad
Por aquello que uno es hijo de su tiempo, estamos en un
tiempo en que los cenáculos intelectuales y los organismos internacionales,
están sensibilizados por la cuestión de los pueblos indígenas. (Cfr. Aguirre,
A. Argentina Grasita, Morena y Latinoamericana)
La historia argentina generó distorsiones en lo que hace a
la influencia indígena en la conformación de la Argentina.
Por un lado los casi tres siglos que transcurrieron desde la
llegada de los españoles…, y el traumático proceso de mestizaje cultural y
biológico, hicieron que al período que medió entre Mayo y Caseros, no se
hiciera explícito que el criollo, tenía un componente aborigen. De algún modo o
ello se daba por supuesto o más bien, se ocultaba en forma vergonzante. De
todos modos en ese periodo había una referencia constante a los "indios"
y abundan testimonios de ello, incluso en la intención de algunos de los
hombres de la Emancipación de coronar a un príncipe inca. Mas la emancipación
y… el plan para combatir a la "barbarie", se hizo con ideas del
Occidente europeo y norteamericano y con inmigrantes de ese occidente europeo.
(Aguirre, A. Op. Cit.)
La dirigencia argentina de la época, puso en marcha un
andamiaje institucional, (tal vez su ingrediente más contundente fue el sistema
educativo) y el propósito de esa conjunción era hacer "Una Europa en
América".
El vaso comunicante entre esa Argentina europeizante y la
Argentina criolla, fueron sin duda los maestros y los profesores, entusiastas
adoctrinadores del credo del progreso occidental; cruzados en la lucha contra
la barbarie. La Organización Nacional, se hicieron bajo la impronta de la
cultura occidental (Cfr. Aguirre, A. Op. Cit.).
Hay un prejuicio demasiado extendido entre quienes
pertenecen a la Argentina, en confundir con falta de instrucción, a la cultura
distinta que porta la Argentina. La mayoría de las instituciones formales de la
Argentina, y particularmente la universidad, es un ámbito, donde las pautas
culturales de la Argentina europeizada, son hegemónicos.
Conceptualmente, la identidad es el núcleo de cada cultura.
Es el modo de ser particular, la propia y singular modulación de las variantes
de cada cultura en el eje del tiempo y en la dimensión del espacio (Díaz
Gajardo, V. 14/9/2006), que se construyen en los procesos identitarios.
La llegada de las emancipaciones latinoamericanas no provocó
grandes cambios en este panorama; es más, la conformación de un mestizaje
latino híbrido donde la preponderancia apunta a la no-pureza de nuestro
criollaje. Las esferas de poder se trasladaron hacia los terratenientes, los
cuales reprodujeron el discurso político y económico colonial atentando contra
el criollaje y las etnias, para justificar el poder y el sometimiento a una
hegemonía cultural en toda Latinoamérica. (Díaz Gajardo, V. 14/9/2006)
Lo que significa que ciertos sectores de la nueva o vieja
clase que maneja el poder sienten que los sectores populares, que piden a
gritos el florecimiento de la identidad latinoamericana, desean el poder que
ellos ostentan actualmente y que, como un fantasma, la liberación de los
mecanismos de opresión existentes, romperían el marco actual. (Cfr. Díaz
Gajardo, V. 14/9/2006)
Para esta Nueva Historia es tanto más importante el papel
que juegan en la historia la gente común y los movimientos sociales de base que
han encarado los trabajadores, las mujeres, y más ampliamente, los movimientos
populares; esto es, una historia desde abajo. De este modo en la medida que la
historia amplió su campo de interés, debió también ampliar el campo de sus
fuentes, valorando, por ejemplo, el testimonio y la historia oral. (Díaz
Gajardo, V. Op. Cit.)
Para ello, nuestra invitación está apuntada hacia la
utilización de la memoria y sus fuentes alternativas –relatos orales,
entrevistas, foros comunitarios (individuales y grupales), talleres de charlas,
encuentros, programas radiales, etc.- como mecanismos de construcción de
conocimiento histórico y de construcción de identidad, donde los participantes
experimentarán el formar parte de una historia (Cfr. Díaz Gajardo, V. Op.
Cit.).
Pero la impronta la dieron las etnias precolombinas que
mediante el silencio, la negación y la fagocitación vienen resistiendo
seminalmente los sucesivos y contradictorios intentos de occidentalización,
desde el mismo momento que los colonizadores y evangelizadores españoles
establecieron su cabecera de playa (Cfr. Pestanha, J. Las creencias populares y
nuestro mito fundacional).
Este llamado a volver sobre el “problema” de América está
dirigido fundamentalmente a abrir la conciencia en aras de abarcar “todo” lo
que América Latina “es” y no solo la parte consciente, ilustrada y socialmente
legitimada que “quiere ser” o que “quiere pasar por ser” la totalidad de
América, lo cual constituye siempre una forma de autoengaño.
Entre ellos, el más relevante y, a la vez, el más nocivo, es
aquel que se empeña por negar esa otra cara de América que todavía permanece en
penumbras, reduciéndola a la mera condición de barbarie. Centran en ellos su
atención prioritaria y descubren allí una América autóctona, propia y llena de
vitalidad.
Vemos al pensamiento indígena para rescatar un estilo de
pensar que se da en el fondo de América, para que América pueda conocerse a sí
misma y reconciliarse. América no está sólo constituida por el pensamiento
dominante y exclusivista de la gran ciudad. Junto a la huella occidental que
deja la racionalidad de la periferia geográfica, se encuentra una América
profunda cuyos sentidos son distintos y cuya racionalidad también es distinta.
Y lo que es triste, de esa racionalidad y de ese estilo de vida sabemos poco
aun (Cfr. Montes Miranda, J.:91. Op. Cit.).
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