FERIA
DEL LIBRO
“La Feria tiene algo de
espectáculo y si queda sólo en eso, me parece muy pobre” sentencia el poeta y
militante Luis Argañarás. Admite no haberla visitado mucho pero completa
sonriendo: “capaz que si no tenía nada que hacer iba.” Entrevistado por Waykhuli,
analiza drásticamente los pormenores del evento: localización, función social
del libro y turistización de la
cultura, entre otras menudencias.
Habitualmente parco, lacónico, aunque en
absoluto hostil, luciendo un perfil bajísimo, casi subterráneo, Luis Argañarás
(docente, poeta, dramaturgo, militante), cae en la trampa y accede a tomarse un
vino con Waykhuli. Se descomprime y mientras embiste una milanesa, analiza la
Feria cuchillo en mano y parece disfrutarlo.
“Este año no pude recorrerla bien; las
veces que fui, fui como presentador. Como espectador sólo vi la presentación de
Resistencianas (poemario de Daniel
Acosta) y la colección de LSD (Letras Sin Descartes) y la pasé muy bien”
admite, a sabiendas de haber elegido dos de las presentaciones más jocosas y
desacartonadas del evento;
Queda sólo una jornada de Feria, pero Luis
no estará en ella. “No; mañana no puedo. Quizás, si no tenía nada
que hacer, iba”
responde con sonrisa breve. “La verdad: cada año me gustan menos los lugares con
mucha gente; no dejo de preguntarme ¿por qué tanta gente va? Incluso mis
sobrinos (de entre 10 y 13 años) insisten en ir y compran libros ¡y hasta los
leen!”
La conversación fluye, especulamos:
apoyo del gobierno, publicidad titánica, su ubicación (el microcentro).
Presumimos que Argañarás embestiría con virulencia la centralidad pero, como
tantas otras veces, nos sorprende. La discusión sobre el lugar no le resulta
apremiante; “primero hay que definir y tener bien en claro por qué y para qué queremos
la Feria y
luego, en función de eso elegir el lugar.” Sin embargo, silencio mediante, pondera
el lugar.
“Es evidente que el Cultural Nordeste va
quedando chico. Además no tiene ascensor y muchas de sus salas están en planta
alta; en otras tantas no hay micrófonos o la puerta de ingreso se emplaza junto
al escenario y cualquier acceso impuntual molesta e interrumpe. Recuerdo que
alguna vez se hizo en el Domo, que no me parece nada mal; garantiza bastante
espacio. Y además cumple con el lema de la descentralización.”
Al tema de la “descentralización de la
cultura” apuntábamos con la pregunta, pero Argañarás, no negocia con el lugar
común: “Estaría
bueno que se la saque del centro. Pero ¿esto garantizaría que sea más
democrática, que vaya gente que antes no iba? La experiencia está demostrando
que no; que va la misma gente.
Además, hay otra cuestión relacionada con ésta, que también es política: la de alejar
actividades importantes del centro pero no para ‘descentralizar la cultura’
sino para que no se vean otras cosas que molestan, la pobreza o mejor: los
pobres.”
“En esta provincia (como en todas) hay incesantes
conflictos sociales (gremiales, políticos), pero el Chaco tiene su Casa de
Gobierno y ministerios claves, muy centralizados. Este análisis fue
determinante, por ejemplo, en la relocalización de la Bienal de Esculturas que dejó
de hacerse en la plaza central cuando un movimiento de desocupados vio en ella
un espacio útil para que sus protestas se difundieran en los medios nacionales.
Igual que en el mundial 78.”
Sin embargo, y luego de este análisis de
bisturí, Argañarás concluye que “el Domo es una de las opciones más que
saludables” y retoma lo que es para él, la
clave de la discusión: por qué
y para qué del evento. “¿Por qué
haría yo gestor cultural (oficial o no) una feria?”
Argañarás piensa en la idea medieval de
una feria. “Yo haría una feria para que todo el mundo pueda exponer lo
producido; la plantearía como un lugar de discusión no para sacar conclusiones
sino para iniciar debates (para eso tiene que haber una continuidad, porque el
encuentro sólo tiene sentido si perduran los lazos que de él surgen) sobre
difusión de literatura chaqueña y sobre promoción de su lectura, que no es lo
mismo: uno puede regalar un montón de libros y si nadie los lee no sirve de
nada” enfatiza.
Luego apura su último vino de ternura y
recordamos juntos los versos de un poeta menor: “el que daba pan / a quien no
tenía dientes / hoy dona libros / a la ciudad analfabeta.” Recordamos otras
noches, otras mesas, en que cuestionábamos de qué modo beneficia la Feria al libro chaqueño.
“Sí, sí; esa pregunta es mía, pero
enmarquémosla. La formulé en un momento en el que, por trabajar en el Área
Literaria de la
Subsecretaría, todo escritor que quería presentar un libro en
la Feria acudía
a mí. Y a mí me parece injustificado el enorme interés por presentar
un libro en la Feria;
me parece que no es (ni mucho menos) el mayor objetivo al que un escritor puede
aspirar.”
La librería que tradicionalmente
organiza la Feria
es la más grande de la provincia y llama la atención que ninguna otra librería
local tenga un espacio en ella. Hay quienes ven en esto algún tipo de práctica
monopólica coadyuvada ahora por el estado. Argañarás es muy cauto en este
punto. “Primero hay que remarcar el mérito de La Paz de animarse a emprender un proyecto como la Feria, porque es innegable
que tomó la posta en una época en que la iniciativa privada no apostaba a la
cultura y el estado tampoco.”
Luego llama la atención sobre una
peculiaridad: “Tradicionalmente, las ferias están organizadas por organismos
estatales o, en última instancia, por entidades privadas mucho más extensas y
abarcadoras que una librería (la que
se realiza en Buenos Aires, por ejemplo, está organizada por la Cámara Argentina
del Libro). Tratándose de una iniciativa privada, el cobro por los stands se
justifica, por los gastos extraordinarios, el traslado de los libros, el
personal extra, etc. No sé si en nuestra feria los espacios son o no gratuitos;
tampoco sé si explícita o implícitamente se vedó la participación de otras
librerías. Pero, para mí, una feria ideal sería aquella donde todos puedan
exponer sus producciones de manera abierta y gratuita y
esto sólo es posible si el evento fuera completamente estatal o (siendo
una cogestión entre empresa y estado) si el estado lo financiara en su
totalidad.”
En una feria anterior Argañarás expresó
una idea que chirrió y se reprodujo holgadamente; los libros debían ser
“no un bien de lujo, sino un artículo más en la canasta familiar.”
“La recuerdo; presentábamos Aquel crudo calendario, un libro publicado
por una editorial independiente a la que adherí con la idea de que el libro fuera
accesible, que su precio no exceda el de los artículos de la canasta familiar.
Hasta el 2004 vendimos libros a cinco pesos, cuando otros libros similares no
se conseguían a menos del doble. Creo que demostramos que era posible, que aún
lo es.”
“Además, es innegable que uno de los
objetivos de toda feria es el encuentro de gente que quiere comprar y gente que
quiere vender, no en un sentido estrictamente capitalista, sino, retomando la
analogía con la canasta familiar: así como uno compra tomates y zanahorias, que
vaya a comprar libros. Esto no es despectivo para el libro, ni para el
escritor, sino todo lo contrario.”
Los espacios y horarios centrales lo
ocupan consagrados escritores capitalinos de incuestionables méritos ¿coincide
esto con el espíritu de la Feria?
“A mí me parece lógico y entiendo que cualquier espectador se plantea: ‘a
Meloni cualquier día lo puedo ver; en cambio a Rolón o a Feinmann, en vivo y en
directo, nunca o casi nunca.’ Me parece que acá el punto neurálgico, no está en
quién viene, sino en quién y con qué espíritu lo trae. Si se
los invita con ánimo de intercambio, me parece buenísimo; si, en cambio, el
espíritu es que venga a enseñar o dar cátedra, ahí sí creo que estamos en un
problema, se trate de Feinmann, de Saramago o de García Márquez.”
Otra particularidad, de esta Feria y de todo
este año que pasó, es que las “políticas editoriales” de la provincia
orientaron su interés hacia autores que pertenecen a determinadas minorías
(étnicas, raciales, políticas o culturales). Estas decisiones ¿responden a un
interés social y una genuina política de inclusión o es un espejismo
discursivo, una estrategia de marketing?
Argañarás se lo ha planteado. Admite no
estar en la cabeza del editor y aventura que quizás sea ambas cosas”. De fondo,
le preocupa el lector, el destinatario de esos libros. “¿Qué se va a hacer con ellos?
¿Cómo se garantizará su lectura y en qué ámbitos?” Le gusta creer que se
destinarán a bibliotecas populares, que alguien brindará charlas o talleres a
los potenciales lectores; pero sabe que no está dicho claramente y por eso lo preocupa,
porque “lo
que no se dice expresamente, lo que se presta a varias interpretaciones es, a
mi modo de ver, peligroso para los intereses populares.”
Aquí la cuestión cambia su eje; no son
ya las editoriales o las librerías el foco de atención, sino el lector. “Hay aún un gran déficit en la formación y no
es, entonces, una perogrullada remarcar que todos los escritores precisamos
lectores; lectores que tengan, primero, reales ganas de leernos (más allá de la
amistad o el parentesco); que tengan (en términos de Eco) una enciclopedia que les
permita leernos y cuestionar y dialogar con nuestra obra; y precisamos, por
último, que tengan las posibilidades económicas de acceder al libro.”
“Un juicio de valor: hoy por hoy, el
lector promedio puede leer a Aledo Meloni o a Serafín Ricci; pero no a poetas
más representativos de la sensibilidad del hombre contemporáneo” dice Argañarás
y se obsequia el lujo de cerrar la entrevista listando sus lecturas predilectas.
Insiste en Ricci y agrega a Molfino Vénere, Enrique Gamarra y -con especial
emoción, porque le cuesta separar su poesía de su compañía y su recuerdo- a
Corina Silva de Pittau y Alberto Cajal. Con intolerable cortesía agrega, finalmente
a los más jóvenes: elige a Rocío Navarro, Lucas Brito y a quienes integraron el
grupo Paria (Alejandro Schmid, Lucas Ameri, David Prez, Tony Zalazar, Cecilia
García y el autor de esta entrevista).
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