martes, 25 de septiembre de 2012

¿Salimos alguna vez del Estado de Naturaleza? Javier Lencinas

En el siguiente artículo analizo -en la medida que el espacio lo permite- el texto de uno de los fundadores del contractualismo moderno como fue el filósofo ingles John Locke, y una de sus principales obras referidas al tema mencionado como es el “Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil”. Tratando de reflexionar sobre la base de un acontecimiento concreto, en esta ocasión, la (posible) justificación -tanto a favor como en contra- que puede hacerse de la guerra (en sentido amplio, es decir, todas las guerras que emprende particularmente Estados Unidos y los países que persiguen similares, sobre todo, intereses económicos) de parte de las potencias mundiales.

Para tal cometido utilizo los capítulos dos y tres “Del estado de naturaleza” y “Del estado de guerra” respectivamente, del mencionado tratado. Lo que Locke sostiene es que los hombres que se encuentran en estado de naturaleza, que es un estado de libertad e igualdad por lo que cada uno ordena sus acciones y dispone de sus posesiones como considere oportuno; mas la libertad no es absoluta, sino que se da dentro de los límites de la ley de naturaleza, es decir, la razón, que es la fuente que obliga y gobierna a todos. 

Siendo todos los hombres iguales e independientes, nadie puede dañar a otro en lo que concierne a la vida, la salud, la libertad o posesiones. Entonces al decir de Locke, el estado de naturaleza “... es un estado de paz, buena voluntad, asistencia mutua y conservación,... es aquél en el que los hombres viven juntos conforme a la razón, sin un poder terrenal, común y superior a todos, con autoridad para juzgarlos.”[1] (De ser el estado de naturaleza como lo presenta nuestro autor ¿para qué salir de tal estado de naturaleza, si de ser así es casi un paraíso?)

Pero no todo es lindo y bueno ya que también se puede dar un estado de guerra, que es un estado de violencia, enemistad, malignidad y mutua devastación, de un individuo sobre otro utilizando la fuerza y la agresión, pues no hay un poder superior y común que sea terrenal al cual se pueda recurrir. Lo que se traduce en la falta de oportunidad de apelar, y es esto lo que le da al hombre el derecho de hacer la guerra a quien lo ha agredido, incluso aunque éste viva en sociedad y sea un conciudadano, o sea que comparten el mismo estado y por ende las mismas obligaciones.

Pero si bien en la actualidad la razón no ocupa el centro de la escena en el discurso neoliberal sino la libertad y la supuesta independencia, como así también la vida, la salud, pero fundamentalmente la propiedad privada.

La obra reza que, a través de lo que dicta la razón (los hombres somos absolutamente racionales, parece ¿no?), cada uno se ve obligado a preservarse a sí mismo como al resto de la humanidad en la medida en que le sea posible, pues la ley de naturaleza -la razón- es igual en todos, por lo tanto, todos tienen los medios para poner en práctica esa ley, que mira por la paz y la preservación de toda la humanidad.
 
Con similares argumentos, es decir, por la preservación de la humanidad y de la paz, en nombre de la libertad y la democracia se autoproclaman los Estados neoliberales con el derecho y la obligación a invadir y someter a todos los pueblos que presuntamente están obstaculizando y atentando contra los medios necesarios para defender la libertad, la salud, los miembros o los bienes de un pueblo. Para que el criminal, que se encuentra en contra de tales valores, repare el daño hecho y que renuncie en su ofensa; pues al transgredir la ley de naturaleza quien realiza la ofensa, se guía por reglas diferentes de las que mandan la razón y la equidad común. Las cuales son las normas que Dios ha establecido para regular las acciones de los hombres en beneficio de su seguridad mutua. De modo tal que “El problema surge a partir de la existencia de individuos incapaces de comportarse de acuerdo con los preceptos de la naturaleza, lo que los transforma en sujetos irracionales, revoltosos y pendencieros.”[2]

De tal manera los hombres se encuentran en estado de guerra, ya que no se guían por las normas de la ley común de la razón, y no tienen otra regla que la de la fuerza y la violencia, de modo tal que pueden ser tratados como bestias, criaturas peligrosas y dañinas que destruyen a todo aquel que cae en su poder; lo cual es señal de que quiere atentar contra la vida, la salud, etc., etc.,.. Pues Locke asevera que “... nadie desearía tenerme bajo su poder absoluto, si no fuera para obligarme a hacer cosas que van contra mi voluntad... para hacer de mi un esclavo. Estar libre de esa coacción es lo único que puede asegurar mi conservación...”
[3]

Así los transgresores son un peligro para la humanidad, ya que aquello que impedía la violencia de unos contra otros, la razón y, la libertad y la democracia, según los modernos y los neoliberales respectivamente, han sido quebrantados. Por lo tanto al constituir una transgresión contra la especie, contra la paz y la seguridad que garantiza, permite que cada hombre-Estado pueda destruir a aquellos que sean nocivos. Por lo tanto quien ha sufrido el daño tiene el derecho de exigir una reparación. El hombre-Estado dañado tiene el poder de apropiarse de los bienes o del servicio del ofensor, según lo denomina Locke es el derecho de autoconservación, en virtud de su derecho de conservar a toda la humanidad y hacer lo que estime razonable para alcanzar ese propósito, motivo por el cual los estados más poderosos se arrogan el derecho y deber de invadir e imponer su hegemonía, y extraen todos los recursos de los pueblos sometidos.

Pero sostiene Locke que “... cuando alguien hace uso de la fuerza para ponerme bajo su poder, ese alguien,... no logrará convencerme de que una vez que me ha quitado la libertad, no me quitará también todo lo demás cuando me tenga en su poder.”
[4] Mas suponiendo el derecho de autoconservación está permitido matarlo si es posible o necesario, ya que es el riesgo al que se expone con justicia quien introduce un estado de guerra y es en ella el agresor. Por lo que con el mismo argumento se puede sostener la resistencia de cualquier otro estado que se encuentre en una situación similar, sea su estado de democracia liberal o no. Pues donde no hay lugar a apelaciones por falta de leyes positivas y de jueces autorizados ante quienes poder apelar, el estado de guerra continua una vez que empieza. De modo que haría falta una espacie de Corte Internacional, según sigamos el pensamiento liberal; y actualmente el pensamiento neoliberal, idea impulsada alguna vez por un ex mandatario argentino como es el señor Carlos Menem en nuestro país.

Mas será mejor volver al texto, por lo que es conveniente escuchar a Locke cuando sostiene que en estado de naturaleza como el descrito, al menos en el mencionado capítulo, nunca faltaron en el mundo, ni faltarán hombres que se hallen en tal estado, es decir, hubo, hay y habrá. Pues no todo pacto pone fin al estado de naturaleza, sino solamente los hace establecer un acuerdo mutuo de formar una comunidad y formar un cuerpo político.

Sin embargo cabe la posibilidad, siempre latente, de que un individuo sea irracional, entonces es difícil imaginar otro estado que no sea el de guerra, ya que siempre se hace uso de la violencia o se comente una ofensa, aunque al decir lockeano estos delitos sean cometidos por las manos de quienes han sido nombrados para administras justicia, seguiría siendo violencia e improperio, por mucho que se proclamen con otros nombres ilustres o con pretensiones o apariencia de leyes. De manera que esta permitida, incluso como derecho, según lo sostiene el autor de la obra antes mencionada, la resistencia y rebelión contra aquel o aquellos que ejercen violencia.

Aunque Locke sostenga el derecho a la resistencia y la rebelión, no es ingenuo ya que afirma que en última instancia cuando los que sufren la violencia por parte de otros no tienen el recurso de apelar en la tierra a alguien que les dé la razón, el único remedio, el único consuelo que les queda en casos de este tipo es apelar a los cielos “Cuando no hay un juez sobre la tierra, la apelación se dirige al Dios que está en los Cielos.”
[5] Argumento que sostiene (causalmente) la mayoría de las religiones por un lado, y por otro es la sentencia por la cual es conveniente conformar un Estado de Sociedad, según Locke, para que exista un poder terrenal y quede eliminado el estado de guerra y las controversias sean decididas por el poder del estado. El problema es que también el estado puede (y de hecho lo hacen muchos estados, incluso los estados liberales, tanto contra su pueblo como contra otros estados; un claro ejemplo es Estados Unidos y los países más poderosos) ejercen violencia, y siguiendo a Locke podemos y tenemos el derecho de resistirnos y rebelarnos en contra de tales estados.

[1] Locke, J. Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Trad. Mellizo, C., Barcelona, Altaya, 1998. p 48.[2] Vega, Guillermo. El estado de naturaleza en John Locke. Fundamentos y posibilidades de la libertad. (inedito)[3] Locke, J. op. cit. p 47.[4]Locke, J. op. cit. p48.[5]Locke, J. op. cit. p51.

No hay comentarios:

Publicar un comentario