sábado, 29 de septiembre de 2012

Apuntes destemplados sobre “678, La creación de otra realidad”, de María Julia Oliván y Pablo Alabarces / Marcelo Alejandro Caparra

yo quiero elegir con qué veneno envenenarme
El Cuarteto de Nos

Estamos en diciembre, y tengo calor: esa es mi manera de disculparme por escribir estas líneas con honestidad brutal. ADMIRO MUCHÍSIMO A PABLO ALABARCES. Lo admiro desde que leí un artículo suyo sobre Rodolfo Walsh y la cultura popular, que luego fue incluido en el célebre volumen que recopiló Jorge Lafforgue[1]. Por esa admiración y porque me interesa la cuestión de los cruces entre discurso político y medios de comunicación (inclusive toda esa polvareda que levantó el así llamado periodismo militante, concepto que sospecho mucho más viejo de lo que parece) me compré el libro sobre “6,7,8. La creación de otra realidad” (Paidós) de María Julia Oliván y Pablo Alabarces.


Bueno, ¿qué quieren que les diga al respecto? Está bien escrito. La ex conductora de “6,7,8” y el sociólogo dialogan sobre este programa y las relaciones entre periodismo, política y poder en tiempos K. El diálogo dura cuatro capítulos y el libro cierra con dos textos escritos por los autores, cada uno por su lado. Y en el Anexo, fichas de los protagonistas y una entrevista al periodista Pablo Sirvén y a Diego Gvirtz. A ver: los aportes de María Julia Oliván me parecen medio descafeinados, un tanto light –así también la recordamos de su período de conductora en el programa- mientras que a Alabarces le toca poner el elemento académico, la pulpa conceptual del debate. María Julia aporta ojos de cielo, Alabarces pone el espesor. Good cop, bad cop.

Tal vez, lo más interesante del libro sea el enfoque que usa Alabarces, eso que a él le gusta llamar “análisis comunicacional y cultural”, que consiste en
“privilegiar determinados objetos para someterlos a una lectura en profundidad en correlación con otras series: política, histórica y social. Por eso hacemos sociología de la cultura, y no semiótica.” [2]


Ahora bien: desde las primeras 10 páginas sabemos el relato que el libro nos va a contar. Sus principales tesis comparten el mismo aire de familia que, por ejemplo, las del cada vez más baqueteado Jorge Lanata o los desangelados Magdalena, Tennenbaum o Nelson Castro. ¡¡Y generan honda emoción en medios como Perfil.com!! Veamos un ejemplo:

“El programa ultraoficialista es un tópico que genera polémica donde sea que se lo nombre, y es una síntesis perfecta entre política y religión ya que tiene “vicios parecido a un mensaje evangelizador”, según dijo su ex conductora María Julia Oliván a Perfil.com durante la presentación del libro…”

Y etcétera, etcétera. Consultados sobre el sentido de este libro, Alabarces enfatiza que  “la idea original no era estar a favor o en contra, sino analizar el programa”, lo cual “supone una visión crítica que no significa algo negativo, sino ser analíticos, y después hacer los juicios que a uno mejor le cuadren”. Mientras tanto, a Oliván la atenazan dudas más ontológicas: “¿es un fenómeno como para ponernos a escribir un libro? Decís 6,7,8 y se abre un debate en la mesa, sea donde sea que estés, hablás del tema y ocurre que la gente está interesada a favor y en contra sobre el tema. Entonces me parece acertado que la editorial haya pensado en este proyecto, en el que trabajamos.”

En el epílogo, Alabarces pondera (ya lo veremos) algún aspecto del programa: el haber surgido en la vorágine de “un momento de debate sobre políticas y comunicación en la argentina. Y con certeza es el programa que con mayor densidad lo permite”.
Pero lo que quiere el público de Fontevecchia –y en general, el público que practica el “anti-kirchnerismo bobo”, usando el lexema acuñado por el radical Leopoldo Moreau [3]- no es un juicio salomónico, sino garrote, palo y a la bolsa: - ¿Tiene 6,7,8 un tinte autoritario? –pregunta esperanzado Perfil: - Sí, lo tiene, dirá Alabarces. Pero “no son distintos a los rasgos autoritarios de toda la comunicación política argentina. Toda. El famoso asunto de la crispación me parece que es un bleff. Todo el panorama comunicacional y político argentino está estructurado de manera muy agresiva y muy poco tolerante. A mi juicio, el autoritarismo de 6,7,8 no es distinto al autoritarismo del Grupo Clarín, del Grupo Vila, etc.” 

Otro aspecto que aparece sostenidamente es “el carácter repetitivo” del programa. “Es un recurso que tiene vicios parecidos a un mensaje evangelizador pedagógico”, teoriza la chica de los ojos celestiales. “Instaurar un tema, sostenerlo, machacarlo, y de esa manera imponer una contraagenda de los temas que plantean los medios hegemónicos.” [4]

Por último, a Alabarces le queda tiempo para comparar al periodista Barragán con un “gurka” para luego sentenciar: “6,7,8 es un programa vocero del kirchnerismo, por lo tanto no puede vivir sin el kirchnerismo.”
Recién sobre las últimas 25 páginas Alabarces logra ofrecernos un balance más “piadoso” del programa. Y nos explica que “6,7,8” trabaja sobre dos zonas que podríamos esquematizar así:
* Una, la de la economía política de la comunicación: la concentración de los medios de comunicación le confiere a ciertos grupos poder político y económico. Y esa posición determina el tratamiento de lo real. El periodismo independiente es una mentira.

* Y otra, la de la Semiología de masas: la noticia se construye, la realidad es un efecto del discurso, la selección y el punto de vista son factores que deciden la manera en que se lee lo real. “Es decir: la manera en que lo real se inventa. Se trata de fenómenos de representación, no de reflejo; toda representación, guste o no, es una operación ideológica”. [5]

Pero no obstante el meritorio laburo en estas zonas, en el programa habría una limitación gravísima -y aquí mordamos de una vez el hueso duro, arribemos a la MACROPROPOSICIÓN del libro. Alabarces sostiene que si los múltiples mecanismos de invención de lo real (la selección, el escamoteo, las agendas ocultas, la focalización, el punto de vista, la elección de invitados) son una suerte de “mentira”, entonces allí donde “6,7,8” enuncia “Clarín miente”, el receptor crítico debería decodificar: “Y nosotros también. Pero lo reconocemos”.  Agudamente señala el sociólogo cuál es el non-plus-ultra del programa: con todos sus méritos y virtudes, “esa crítica podía ejercerse hacia afuera, pero jamás hacia uno mismo”.

Y esa imposibilidad analítica del programa no radica en que Sandra Russo sea fea o Barragán un gurka malo. No. Radica en la LÓGICA BINARIA, en la TRAMPA DICOTÓMICA que subyace al programa y organiza su discurso:

“La trampa que 6,7,8 no puede romper, porque no quiere ni le interesa, es justamente la de la dicotomía. Del bipartidismo o del riverboquismo, que por analogía estructura el debate político y mediático: K o anti K” (207). 

Resumiendo -y para no alargar más de lo necesario-, para los autores, 1) “6,7,8” es un programa con elementos autoritarios, 2) es un inequívoco vocero del kirchnerismo (tremendo autoritario el padre, ¿cómo no saldría autoritario el hijo?), 3) por lógica inferencia, cuando aquel se hunda, el programa se hundirá con él.

Pero también cabría agregar -y lo anoto humildemente-, que:
1. “6,7,8” parece expresar el pensamiento y el sentir de un importante sector de nuestra sociedad. Cómo lo exprese, es harina de otro costal (podríamos criticar su “repetitividad”, p. ej. como un rasgo tipológico de los programas de archivo y por lo tanto común a otros programas que agobian nuestra televisión abierta).

2. Es lógico y esperable que cada gestión se autopresente simbólicamente mediante esta DOBLE OPERACIÓN de enfatizar sus aciertos y mitigar sus errores. Esto también lo hacen los pastores evangélicos, los vendedores de bijouterie, los testigos de Jehová y Sprayette. ¿Usted conoce alguien que haga lo contrario? Si lo conoce, avísele que es un mamerto, que lo anda buscando el bobero.

3. Política es polémica. En su arena se esgrimen argumentos como espadas, la verdad es fruto del poder y no existen hechos puros –todo esto, ya lo sabemos-: existen interpretaciones, miradas que recortan. La mirada de este programa es un recorte y la de los demás también.
4. Yo no soy fanático de “6,7,8”. A mí (sea por defectos del producto, sea por defecto de mis propias disposiciones temperamentales), me cansó. Pero sus “defectos” no son más graves que los que ostentan las columnas de Morales Solá o las entrevistas de Tennenbaum en TN o los exabruptos nocturnos de Lanata. Con una diferencia que es, para mí, crucial: el oligopolio mediático enuncia desde un no-lugar que se pretende investido de pureza y objetividad; en cambio, ¿alguien ignora desde dónde enuncia un programa oficial? Alabarces puede sostener que “Barragan es un gurka” o “Barone “un autoritario”[6], y está en todo su derecho de hacerlo, porque estamos en democracia. Ahora yo me pregunto: ¿y Majul qué vendría a ser? ¿El Chapulín Colorado?
5. Hay algo que vengo sintiendo desde hace rato y que no sé si lo sabré expresar en palabras.

Lo intentaré, de todos modos. Sospecho que, en último análisis,  nuestras opciones políticas tienen menos que ver con decisiones racionales que con empatías o rechazos viscerales. Racionalizamos (socializamos) apetencias profundas que en realidad, están asentadas en el mismísimo hueso duro del alma. Pero ¿es posible (o deseable) juzgar siempre con la misma vara? Cuando mi hija menor se come un moco, exclamo ¡qué ocurrente! Cuando se comen los mocos los hijos ajenos, tiendo a exclamar qué roñosos son esos padres, y qué podés esperar, si son unos ñeris.

Algo parecido pasa con las profundas complejidades y paradojas de ese fenómeno político y cultural que significó y significa el kirchnerismo. Por eso hay ciertos relatos que ni pierdo el tiempo en profundizar, porque ya sé de dónde vienen, porque imagino cómo van a terminar. O sea: a mi familia los mocos se los limpio yo.

Yo quiero elegir con qué veneno envenenarme.




[1] Walsh: Dialogismos y géneros populares. En Lafforgue, Jorge (ed): Textos de y sobre Rodolfo Walsh, Buenos Aires, Alianza, 2000.
[2] Palabras finales. Para qué sirve hablar de 6,7,8, página 201.
[3] No es muy frecuente escuchar una chicana ingeniosa en la alicaída cripta de los radicales históricos. Pueden chequear la nota completa en la página de Clarín:

[4] El lector interesado en estos temas recordará que para Lanata, esto era inequívoco signo de fascismo, “Goebbels puro”. Y para Pablo Sirvén, de ser “paródicamente panfletario” (página 239 de este libro).
[5] Palabras finales. Para qué sirve hablar de 6,7,8, página 206 y ss. Pero esto ya había asomado antes: lo de “la patria zocalera”, opina Alabarces en página 36, fue “un hallazgo”. 
[6] Página 113.

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