miércoles, 26 de septiembre de 2012

Las flores del mal - Roberto Dri

Uno puede abrir la Escritura y encontrarse con que Dios creó al hombre y la mujer en el Jardín del Edén. Un lugar ciertamente grato a los sentidos, llenos de frutos, en cuyo centro había puesto dos árboles: el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal (Gn. 2: 9).


Llenó de dicha a la primigenia pareja y una sola cosa les prohibió: probar los frutos del árbol de la ciencia. Por sugerencia de la serpiente, como sabemos, los prueban y así les va.
Uno puede preguntarse entonces: ¿quién es el tentador? ¿La serpiente o quien puso tan apetitoso manjar al alcance de la mano?

Uno sigue leyendo y se encuentra con la ira que despertó en el Misericordioso la desobediencia: Dice a la mujer: “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a tu marido que te dominará”. Y dice al hombre: “Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote no comas de él: Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida (...)” (Gn. 3: 16 – 17) No deja de asombrar tamaña desproporción. Pocos padres humanos serían tan intolerantes ante una falla filial...

Pero aún más asombra ver que la cólera divina no se aplaca con infligir gran sufrimiento sino que condena a muerte sin contemplaciones a ambos hijos y, no conforme con ello, a toda su descendencia hasta nuestros días: “Díjose Yahvé Dios: “He ahí al hombre hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; que no vaya ahora a tender su mano al árbol de la vida, y comiendo de él viva para siempre. Y le arrojó Yahvé Dios del jardín de Edén, a labrar la tierra de que había sido tomado.” (Gn. 3: 22 -23)

Puede continuar uno la lectura y dar con el relato del diluvio universal: “Viendo Yahvé cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra ... y dijo: “Voy a exterminar al hombre que creé de sobre la haz de la tierra; y con el hombre a los ganados, reptiles y hasta las aves del cielo, pues me pesa de haberlos hecho” (Gn 6: 5 – 7) “dijo Dios a Noé: “El fin de toda carne ha llegado a mi presencia, pues está llena la tierra de violencia a causa de los hombres, y voy a exterminarlos de la tierra.” (Gn. 7: 13)

Uno piensa que un hombre que, en un rapto de sadismo, ahogara en el río unos perros, ovejas, caballos o gallinas, sería duramente reprobado por la comunidad, tal vez preso y en ningún momento justificado. Cualquiera se estremecería ante esa violencia gratuita y vil. Sin embargo, Dios creador, indignado por la “violencia” de los hombres – vaya uno a saber qué hacían – no sólo aniquila a toda la humanidad excepto a la familia de Noé, sino también a todos los animales del planeta, ahogándolos sin excepción... Uno se pregunta qué mérito tenían los peces y cetáceos del mar para sobrevivir que no tuvieron las jirafas, los caballos, palomas, dromedarios, lémures y loros habladores... y también se pregunta: ¿si eso no es violencia, la violencia dónde está? Y los demás hombres y mujeres que fueron ahogados en todo el planeta, ¿no tenían niños? Pues también se los ahogó. Uno se pregunta si puede imaginarse genocidio mayor. Los mayores que conocemos parecen un noviciado de carmelitas a su lado.

Y así nomás parece haber sido: “Pereció toda carne que se arrastra sobre la tierra: las aves, las bestias, los vivientes todos que pululan sobre la tierra y todos los hombres. Todo cuanto tenía hálito de vida en sus narices y todo lo que había sobre la tierra seca murió” (Gn. 7: 21 – 22)

Si continúa uno la lectura, halla la historia de las pecadoras ciudades de Sodoma y Gomorra...
Sus moradores parece ser llevaban vidas escasamente virtuosas, aunque esto depende del punto de vista de qué dios se tome: Dionysos no hubiera acordado en este punto. Entonces el Absolutamente Justo no se anduvo con vueltas: “... e hizo Yahvé llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de Yahvé, desde el cielo. Destruyó estas ciudades y toda la hoya, y cuantos hombres había en ella y hasta las plantas de la tierra.” (Gn. 19: 24 – 25)

Como sabemos, todas las ciudades de la historia – excepto algunas europeas contemporáneas – siempre han tenido más niños que adultos, sobre todo en la antigüedad. Si Sodoma y Gomorra no hubieran tenido niños y bebés, este fenómeno habría sido registrado por absolutamente inusual. Sin embargo nada se menciona al respecto. De modo que en ambas ciudades murieron quemados vivos, seguramente, muchísimos infantes, al igual que los perros, gatos, gallinas, chivos, caballos y demás seres que habitaban toda ciudad. Notable forma en que la Suma Bondad remedia los excesos de las vidas desordenadas.

Pero en ese dantesco escenario no todos fueron escaldados: se salvaron los virtuosos Lot, su mujer y sus dos hijas. Sin embargo, la mujer de Lot osó desobedecer la orden divina de no mirar hacia atrás y, sin mayores trámites, fue castigado el terrible pecado de su curiosidad y desobediencia siendo convertida en un bloque de sal (Gn. 19 : 26). El texto no menciona en absoluto que Lot diera muestra alguna de pesar por el asesinato de su esposa, y sí relata como luego sus dos hijas lo emborracharon para acostarse con él, lo que hace que uno se pregunte por qué ellos merecían la salvación y no los infantes y demás seres vivos de Sodoma: curiosos son los criterios morales del Altísimo.

En el otro extremo de la Escritura, uno puede leer: “El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” (1 Jn. 4: 8).

Bueno, se pregunta entonces uno: si esto es amor lo que será lo contrario!... Entonces uno empieza a entender a Baudelaire cuando escribe:

Padre adoptivo de estos que en su negra cólera del Paraíso terrestre ha desterrado Dios Padre, Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

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