En el Chaco, quienes logran vivir sólo
del arte son una inmensa minoría. Con 27 años, David Abt es un auténtico récordman.
Respetada por colegas y querida por el público, su obra le permite comer, vivir
bien y analizar sin clemencia el mercado del arte, la función de la crítica,
las influencias y el plagio, sin perder de vista nunca su Campari.
Todo
transcurre en una coctelera. Pinturas, ropas, cuadros, frutas, humo, tango,
bocetos y sándwiches de milanesa. Todas las partes del caos dibujan un orden
secreto y frágil que al menos él entiende. Igual que esta entrevista.
En este oficio, muchas veces hacés cosas que no te gustan, por una
cuestión monetaria, vivencial: tenés que comer.
Ahora hace cuatro años que vivo
solo del arte. Todo mi dinero lo saco de la venta de obras. Pero antes tuve
que hacer artesanías. Cosas en el estilo del tango, porque tenían que estar
orientadas al gusto e incluso al estado de ánimo de un turista.
El desafío es saber mediar: buscar un equilibrio entre los gustos
personales y los del mercado, porque ahí es donde se corre el riesgo de no
querer el propio trabajo. Y de cómo
aprecia uno su trabajo, depende cuánto lo aprecia la gente. Para gustarle a
alguien, tenés que, primero, gustarte a vos.
Yo tuve, en Buenos Aires, un maestro, el tano Julián Agosta. El tanto te
“cortaba el pelo”. Uno iba y le decía: “Mire esta obra, maestro” y te salía al
cruce: “Esto no es una obra. Es apenas el trabajo de un pibe que está queriendo
empezar a ser escultor.”
No siempre un trabajo artístico es una obra. A la obra se llega con un
montón de trabajos, aunque no sigan necesariamente una línea estética. Cuando
uno labura y labura, y de tanto laburar comienza a querer todo lo que sale de
su producción.
Cuando la gente ve que uno equilibra su tiempo entre lo que necesita y
lo que desea, se genera una carga de
valor, que es también una carga de responsabilidad. Cuando dice “yo quiero
que este tipo haga arte y él se dedica a pintar paredes y hacer changuitas”, tu
trabajo se devalúa. Por eso cada vez le dedico al arte más tiempo de mi vida.
ARTE RICO, ARTE POBRE
La plástica es una disciplina
cara. Yo vendí obras a gente que me compró, no sé, digamos: diez mil mangos.
Y pensaba que tenían autos de de 180.000, casas de varios millones. Y resultó
que no. Ni cambia el auto, es gente que
se entusiasma con el hecho de lo único, el hecho social del arte.
En Resistencia lo compran mayoritariamente las familias. Por supuesto,
gente que tiene las necesidades básicas satisfechas, pero no es gente rica. Y uno no necesita venderle arte; es gente
que compra sola.
Otras ciudades tienen grandes Museos de
Bellas Artes, pero viven el arte desde afuera: entienden que lo valioso es lo
que viene de Buenos Aires o de Europa. Esta ciudad, que es nueva, valora el
arte que produce la gente joven.
Ya el hecho de que tengamos más Milos por metro cuadrado que Buenos
Aires nos posiciona como una sociedad que adquiere arte joven. Y no es solo
Milo. Hay gente que colecciona obras de Andrés Bancalari o de Diego Figueroa
que vende bastante. Yo no vendo en Buenos Aires: vendo solamente acá.
CONTRATIEMPO
El arte no es algo necesario para la gente. Es imprescindible. Cuando
ves lo bien que te hace tener una pieza, algo que tu familia va a querer tener,
que van a apreciar las generaciones posteriores, se hace imprescindible. Y está
bueno que esa persona, que es feliz con lo que vos hacés, sea quien ayude a
solventar tu vida.
Lo que todos compartimos es el tiempo. Es mágico: uno hace algo que otro
desea tener para siempre. Una amiga se tatuó una obra mía. “Me llevo esto, me
lo pongo en el cuerpo.” Sin llegar a ese extremo, cuando alguien compra una
obra para la familia, para que esté por generaciones, el gesto es el mismo.
Después hay que ver si ese cuadro dice algo y si lo va a seguir diciendo
a través del tiempo, si le va a decir algo a tus hijos. Como artista, el
compromiso es poder decirme algo a mí, para después poder decirle algo a la
gente. Es un pacto.
EL GREMIO
En lo
que sería Arte contemporáneo, mi referencia en la región es Bancalari. Para mí
es el precursor, el primero que yo vi. Después El barroco de Fabriciano, que
quizás era viejo pero para mí, era nuevo. Y Eddie Torres que no tuvo una obra
tan social como Fabriciano, pero la hizo exacta: hizo siempre lo que quiso y
quiso siempre lo que hizo. No se traicionó nunca.
Después hay gente que es sólo imagen. Artistas que tienen una vida
social que supera a su producción a tal punto que la obra es el mismo artista.
Milo tiene una imagen, pero una imagen muy potente en lo social, que es
algo tan difícil de conseguir como una buena obra. Deja su propia expresión,
para ser la expresión de una empresa o la imagen institucional de algo. A mí no
me gusta tanto su obra pero lo quiero a él, trabajo con él y es de los tipos
más generosos del ambiente.
LA NÁUSEA
Un artista tiene que conocer un panorama lo más amplio posible para que
su obra tenga valor. Quien compra arte, compra una ventana a algo que no
conoce, algo que lo deslumbra. Cuanto menos conoce uno, menos ambiciona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario