Leo en un muro a una
cuadra del Perrando: “Las elecciones pasan, los problemas quedan”. Y a pocos
metros: “El pueblo ya votó: eligió la lucha”.
Y me digo que es así, que quién puede negarlo, sobre todo “en este continente
incontinente”. Más allá de pomposas referencias a
las elecciones (“la máxima expresión de nuestra democracia”), existe la
conciencia de que las elecciones tienen mucho de puesta en escena, de válvula
de escape y hasta de artificio para la distracción, y poco y nada de soluciones
de fondo. Conciencia que expresaba Lenin con aguda ironía, al advertir que en
las democracias capitalistas, el pueblo elige a su explotador (¡vaya diferencia
con las dictaduras!).
Sin perjuicio de ese
carácter de “estafa legal” de los comicios, los realizados en octubre de este
año me dejan un sabor distinto, por razones que paso a enumerar.
En primer lugar, la
derrota del gorilismo, la expresión del lobo autoritario disfrazado de cordero
democrático.
Se argumenta, con
razón, que en el kirchnerismo triunfante hay también personajes típicamente
gorilas. De este modo, sea como fuere, terminan imponiéndose.
Sin embargo, considero
relevante un detalle. Los que perdieron eran los gorilas asumidos como tales en
su discurso. Puede objetárseme que los otros son unos deshonestos, que “suben
al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha”, como decía Arturo
Jauretche, y que probablemente defraudarán a sus votantes repitiendo historias
anteriores. Sin duda, es preocupante que los gorilas, asumidos como
conservadores o disfrazados de progresistas, sigan siendo protagonistas de la
política, es indignante, pero me preocupan más el pueblo y los trabajadores que
votan por unos u otros. Y en este punto afirmo que no es lo mismo votar de
buena fe a un gorila creyéndolo progresista, que votar a un gorila que
explícitamente defiende el orden capitalista. Esto último había ocurrido en
1995, con la reelección de Menem. También en las elecciones que consagraron a
representantes de la dictadura, como Bussi, Patti, Ruiz Palacios. De
todos modos, esto no significa un electorado conservador o retrógrado.
Karl Marx ya había señalado que “el ser social determina la conciencia social”.
Es decir, uno no vive como piensa sino que piensa como vive. Alguien con
necesidades básicas insatisfechas, viviendo en un contexto de marginalidad y
violencia social, será más receptivo a los discursos que le garanticen su
integridad individual que a los discursos que le propongan luchar
solidariamente por una sociedad sin clases.
Por eso (y aquí paso a referirme
a la segunda razón), encuentro doblemente meritorio el ascenso numérico de la
izquierda. Digo numérico en cuanto a lo electoral porque la izquierda ha sido y
es protagonista en otros frentes, como las luchas sociales, sindicales,
estudiantiles, culturales, sin que ese protagonismo tuviera un correlato en la
cantidad de votantes.
Algo ha pasado, para
que una parte de la sociedad que en 2009 pretendía castigar al gobierno votando
a la continuidad del procesismo y el menemismo (Macri, Carrió, De Narváez,
etc.), hoy elija castigarlo por izquierda.
Es decir, no escuchó el
discurso del miedo (miedo a “la inseguridad”, miedo “a que vuelvan los
subversivos o los militares”, miedo a “que no respeten la propiedad privada”,
miedo a “que nos conviertan en Cuba o Venezuela”, etc.) y eligió el discurso de
la utopía (en el mejor sentido de esta palabra), resignificando las banderas de
las que se había adueñado el kirchnerismo (derechos humanos, América Latina)
con otras banderas (no pago de la deuda externa, salarios y jubilaciones
dignas, protección del medio ambiente, salud, educación, etc.). Por supuesto,
esto no significa estar a las puertas de la revolución ni mucho menos, pero es
un indicio o un registro de ciertos cambios en una sociedad de por sí fluctuante.
La tercera razón tiene
relación con la segunda. La cantidad de gente que votó en blanco, anuló su voto
o directamente no fue a sufragar, es un dato que evidencia lo que señalábamos
al principio. No es que a esa parte de la sociedad no le interese la política,
sino que entiende que las soluciones y los cambios no vienen con las elecciones, pensamiento que
los principales candidatos apuntalan con su falta de ideas y argumentos.
En fin, el de las
elecciones es un terreno más en donde se expresan esas fluctuaciones que
apuntábamos antes. La sociedad es fluctuante porque la realidad lo es, porque la lucha de clases
no es un proceso lineal, tiene marchas y contramarchas, actores políticos,
económicos, sociales, culturales.
En años no tan pasados,
las elecciones reflejaban las derrotas o el repliegue de las luchas obreras y
populares. En esta ocasión, veo un avance en ese aspecto, por las razones
expuestas. El elevado apoyo electoral al oficialismo no debería ser, en sí
mismo, preocupante. Pero la mala costumbre de interpretar ese aval como un
cheque en blanco (común a la dirigencia de los partidos tradicionales) hace
temer nuevos embates contra los trabajadores. Por eso, sería bueno mantener esa
incipiente organización trasuntada en los comicios. Por eso, sería bueno
hacerla crecer.
Para seguir mirando el
vaso medio lleno, y por qué no, aumentando el volumen de agua (o de algún
líquido más emocionante, por qué no).
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