Foto: Gaston Bardy |
Una buena porción de artistas y
pensadores todavía duerme. Son las 9 de la mañana. Abierta y luminosa, la voz
de Darío dice hola y cancela los kilómetros. Dice que la filosofía es un género
literario y la frase tiene forma de conjuro. Darío Sztajnszrajber habla con
Waykhuli de filosofía y de belleza como si fueran imposibles una sin la otra.
Va de la abstracción a la política, de su espectáculo de filosofía y música
Desencajados a la angustia, y de Galeano a Nietzche sin perder la poesía. - Por Mario Caparra y M. Laura Blanco
“Yo creo que el gesto político en
Desencajados es básicamente la des jerarquización de los géneros. Entiendo como
gesto político algo que excede a la política partidaria y a las tradicionales
formas de hacer políticas; hay toda una política del conocimiento que está en
juego siempre que se busca cristalizar disciplinamientos en el mundo del saber,
porque no hay forma de ejercer el poder más eficiente que aquella que se asocia
con los formatos estancos del conocimiento. En ese sentido, me parece positivo
mostrar que la filosofía fluye, que puede conversar con otros géneros y que no
hay una jerarquía epistemológica por parte de ninguno de ellos.
”Es un gran gesto político
especialmente para la filosofía, porque implica básicamente que no hay
supremacía en el saber pero sobre todo que no hay una verdad última. Que es lo
que de algún modo funcionaría como criterio para establecer quién está más cerca
o lejos de esa supuesta verdad definitiva. Entonces, poner a dialogar la
filosofía con la música es una forma de decir: no hay una verdad, hay
abordajes, aproximaciones, esbozos y depende entonces mucho más de cómo se
recorre el camino que a dónde se dirige. Se trata de hacer filosofía
priorizando algo que tiene más que ver con la belleza, no como una manera de
resolver nada sino como manera de percibir las paradojas propias de la
existencia”.
Waykhuli -Entonces, la filosofía
encuentra en el arte un punto de contacto con lo real, una forma de intervenir
en lo social…
Darío -La pregunta parte del
supuesto de que hay una realidad afuera con la que uno puede dialogar y eso ya
es cuestionable. Lo primero, es aclarar que, en mi lectura, la filosofía es un
arte, un género literario. No hay que olvidar que la filosofía antes que nada
es literatura y la literatura es arte. Salvo aquellos que entiendan a la
filosofía como una ciencia con pretensión de verdad, entonces ahí hace ruido.
Pero acá estamos haciendo una definición de la filosofía puesta en ese lugar,
en el lugar del arte.
Partamos de la famosa tesis 11 de
Marx, que dice que hasta ahora la filosofía no ha hecho otra cosa que
interpretar la realidad y que de lo que se trata a partir de ahora es de
transformarla. Para mí interpretar es ya un acto de transformación. Estamos en
tiempos de dogmas explicacionales tan fuertes que postular una hermenéutica
filosófica es caer en la idea de que no hay hechos sino interpretaciones y que
en las diferentes interpretaciones y encuentros con las interpretaciones de
otros está el mayor crecimiento de nuestra comunicación.
Postular eso es una manera de
transformar la realidad con fuerte implicancia social, al menos desde el lugar
de la filosofía. Porque a la filosofía
no le cabe resolver los problemas de presupuesto nacional, le cabe en lo que le
compete cambiar al mundo. Alentar las interpretaciones es una forma realmente
importante frente a una tradición que entiende al saber como un saber
transparente, un saber que puede representar la realidad tal como es.
-¿Cómo vivís ese diálogo entre la
filosofía y las otras artes? ¿Como una experiencia pacífica, enriquecedora,
ideal en el sentido de Habermas o como ámbito de tensión y disputa de saberes y
poderes?
-Hay ciertas idealizaciones
rectoras de algunos itinerarios, como esa famosa imagen de Galeano de la
utopía, que para lo que sirve es para caminar. Yo no anhelo la paz mundial en
ese sentido romántico en el que, en nombre de la paz se invade a los pueblos
conflictivos. No creo en la paz como concepto idealizado. Habría que ver
incluso si la idea de paz que está en nuestra cultura no es una manera de no
hacernos cargo de las tensiones y conflictos presentes en cualquier aspecto de
la realidad.
Me gusta pensar las tensiones y
los conflictos como una instancia creativa de la cultura que invita a seguir
creando. Donde hay tensiones, algo se rompe y algo nace. Me gusta una filosofía
que analice lo paradojal, lo contradictorio, como categorías para visualizar
tensiones creativas. Tensiones que nunca se resuelven, que mantienen la lucha,
no para reventar al otro sino para tratar de mostrar tu diferencia frente a las
del otro, con la apertura necesaria para que el otro, con su diferencia, te
transforme. Si hay conversación, uno puede sostener lo que piensa, pero dejando
una fisura por la que a lo largo del diálogo algo del otro entra y te termina
transformando.
-La estética y filosofía
reconocen una raíz y una mirada fuertemente occidental. Esas fisuras que
mencionás ¿permiten un acercamiento a expresiones propias de Latinoamérica, lo
que occidente denominó “arte indígena”?
-Yo lo pensaría en relación de lo
que venimos hablamos: la posibilidad o imposibilidad del encuentro con el otro.
Occidente viene escribiendo la historia. Y con pluma espada llegó a diferentes
culturas que además vivían sus propias luchas de poder y sus mixturas.
Es habitual hacer una lectura de
un occidente que invade lugares en los que reinaba la paz y la armonía. Para
mí, está buenísimo correrse de los paradigmas esencialistas, no creer que
occidente es una cultura de mixturaciones y que en los pueblos originarios hay
una especie de esencia que arraiga la cultura, un origen metafísico propio de
la tierra, de la raíz. Todo es construido. Una identidad siempre es producto de
un constructo. Incluso en la América previa a la llegada de occidente
encontrábamos pueblos que iban construyendo su identidad en sus luchas
internas, sus alianzas y mixturaciones.
Occidente cargó siempre con la
cuestión de la otredad. Se creó a si mismo en función de la negación de sus
propios otros y en general, las culturas a las que arribó fueron esos otros a
los que o bien incorporó -y por eso: desotró-, o bien aniquiló. Benjamin habla
de que la mejor manera de hacer justicia es la restauración de la memoria de
los derrotados, entonces me parece que el mejor acto de ética es mantener una
pelea permanente por esas voces acalladas o dejadas de lado, para que puedan
salir a luz no solo desde sus contenidos sino desde sus formas.
-¿Alcanza con pensar esa
restauración desde las instituciones occidentales?
-Exhibir el arte de pueblos
originarios en las grandes casas expositoras de pintura del centro de la ciudad
no sólo no ayuda al problema sino que lo reproduce. De lo que se trata es de
conectar con la otredad de carne y hueso. Entonces esto que dice Mario es
clave: un arte que se presenta a occidente como un arte para la contemplación,
en los pueblos indígenas es un arte ritual. Occidente no puede entender su
carácter ritual o accede a él de una manera etnocéntrica.
Por eso me parece que es
fundamental, en esta posibilidad de restauración de las voces oprimidas,
omitidas, que puedan surgir en toda su identidad, que excede la cuestión propia
del contenido y avanza hacia esta cuestión de forma, de dispositivo de
paradigma diferente. Creo que así se generaría un acto de justicia frente a una
situación de injusticia originaria -porque no se trata de pueblos que parten de
igualdad de condiciones, sino de pueblos históricamente oprimidos-. Se restituiría
el derecho a poder mostrarse desde su propia verdad, en el sentido de la verdad
más heideggeriana como apertura de toda una cosmovisión de las cosas.
Además, es la única manera de
transformar un acto de poder en un diálogo, en una conversación. Porque tampoco
se trata de invertir el sistema, de que occidente vuelva para atrás. Qué cosa
tan rara sería, porque tampoco sabríamos adónde tiene que ir. Hasta Europa se
ha convertido en una propia diáspora. Es muy interesante hoy pensar qué sería
un mundo esencialista, donde las
naciones tuvieran claro cuales son sus orígenes. Me parece que nadie lo
encontraría y todos coincidiríamos que en el fondo lo que hay en el inicio no
es más que un abismo.
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